martes, 10 de agosto de 2010

El dia que desaparecio

El día que desapareció Isabel fue el primero de muchos en la vida de Antonio. Fue el primer día, por lo pronto, en que durmió en esa cama enorme de dos plazas y media. Fiel a su costumbre ocupó el lado derecho. Ese primer día volvió a casa y al ver las luces apagadas supo que Isabel se iba para no volver.

El día que desapareció Isabel - la mujer con la que había vivido los últimos 15 años - el mismo en que creyó que jamás volvería, fue el primero de muchos que se sucederían y que lo hacían volver la vista hacia el pasado y encontrar cada vez más explicaciones haciendo de su apacible vida un sinfín de preguntas y respuestas. Entonces cada mal gesto, pelea, diálogo difícil tenía su explicación en algo que lo superaba y pensó, por consiguiente, que Isabel no solo dialogaba con él sino que peleaba contra su entorno.

El día en que Antonio volvió a la casa de luces apagadas, pensó que algo cambiaba sin retorno posible y que en cierto sentido todo cambio es sin retorno, idea que siempre, por alguna extraña razón lo aliviaba pero no en este caso. Pensó que sería raro ver nuevamente ese entusiasmo que tenía Isabel por las cosas. Antonio era distinto. No compartía el excesivo entusiasmo de su esposa por la política, por la elección del 4 de septiembre que habría de cambiar, en palabras de ella, todo. Él no. Para este tipo de cosas oponía, al entusiasmo, la indiferencia. Una diferencia de actitud que lo hacía más racional y precavido pero menos locuaz que Isabel, quien siempre tenía respuesta para todo, costumbre que él odiaba pero ahora echaba de menos. ¿Qué era eso que echaba de menos? Su esperanza, esa bella incertidumbre que ella vivió durante los 3 últimos años junto al nuevo gobierno y que Antonio nunca tuvo, salvo en ella.

domingo, 1 de agosto de 2010

Que hago aquí

No sé si el mundo ha mentido
Yo he mentido
Yo no sé si el mundo ha conspirado contra el amor
Yo he conspirado contra el amor
El clima de tortura no constituye ningún consuelo
Yo he torturado
Aunque no hubiera existido la nube en forma de hongo
habría odiado
Escuchadme
Yo habría hecho las mismas cosas
aunque no existiera la muerte
Me niego a que se me sujete como a un borracho
bajo el frío grifo de los hechos
Yo rechazo la coartada universal
Como un ninfomaníaco que ata a un millar
en una extraña hermandad
Yo espero
a que cada uno de vosotros confiese

Leonard Cohen

miércoles, 7 de julio de 2010

Ideas

Acaba de haber un suicidio. Era un hombre alto el que cruzó el pasillo, en camilla por supuesto. Era un hombre alto el que dejaba asomar sus pies desnudos bajo la sábana blanca con la que, en un exceso de gentileza y pulcritud, cubren a los muertos. Nunca había visto uno. Tienen los ojos cerrados y una leve inflexión de dolor en el sector de la boca. O más bien indiferencia. Que más da. Eran pies grandes, lo recuerdo pues yo era un niño. Ahora que tengo 30 años o más, no sé si soy tan alto como aquel vecino mío de infancia que en un día perdido como esos de los que ahora tengo memoria decidió quitarse la vida de encima, deshacerse de ella, devolverla adonde sea que pertenezca. A ningún lado. Ahora que soy alto y vecino de alguien no sé si podré suicidarme o no. No tengo mucho que hacer hoy. Colgué una soga alrededor de una especie de clavo de alguna especie de hierro oxidado e hice un lazo alrededor de mi cuello. La silla tambaleó bajo mi peso y forcejeé contra nadie salvo yo para mantenerme en vida. Nunca antes quise ser más alto que yo ese día, tener un par de centímetros más. La cuerda cedió y antes de caer al piso pensé que últimamente se me estaban acabando las ideas.

domingo, 20 de junio de 2010

En memoria Jose Saramago 1922-2010

¿Dónde está la izquierda?

Por José Saramago

Me ausento de este espacio durante veinticuatro horas, no por necesidad de descanso o falta de asunto, simplemente para que la última crónica se mantenga un día más en el lugar en que está. No estoy seguro de que lo merezca por la forma en que dije lo que pretendía, sino para darle un poco más de tiempo mientras espero que alguien me informe donde está la izquierda…

Hace alrededor de tres o cuatro años, en una entrevista a un diario sudamericano, creo que argentino, entre la retahíla de preguntas y respuestas solté una declaración que inmediatamente supuse que iba a causar agitación, debate, escándalo (hasta este punto llegaba mi ingenuidad), comenzando por las huestes locales de la izquierda y a continuación, quien sabe, como una onda que se expandiera en círculos, en los medios internacionales, tanto políticos, sindicales o culturales que de la dicha izquierda son tributarios. En toda su crudeza, sin escamotear su propia obscenidad, la frase, puntualmente reproducida por el periódico, era la siguiente: “La izquierda no tiene ni puta idea del mundo en que vive”. A mi intención, deliberadamente provocadora, la izquierda así interpelada, respondió con el más gélido de los silencios. Ningún partido comunista, por ejemplo, empezando por aquel del que soy miembro, salió a la palestra para rebatir o simplemente argumentar acerca de la propiedad o la falta de propiedad de las palabras que pronuncié. Con mayor razón, tampoco ninguno de los partidos socialistas que se encuentran en los gobiernos de sus respectivos países, pienso, sobre todo, en los de Portugal y España, consideró necesario exigir una aclaración al atrevido escritor que había osado lanzar una piedra al putrefacto charco de la indiferencia. Nada de nada, silencio total, como si en los túmulos ideológicos donde se refugian no hubiese nada más que polvo y telarañas, como mucho un hueso arcaico que ya ni para reliquia serviría. Durante algunos días me sentí excluido de la sociedad humana como si fuese un apestado, víctima de una especie de cirrosis mental que provocaba que no diera pie con bola. Llegué a pensar que la frase compasiva que andaría circulando entre los que así callaban sería más o menos ésta: “Pobrecillo, ¿qué se podría esperar de él con esa edad?” Estaba claro que no me encontraban opinante con la estatura adecuada.

El tiempo fue pasando, pasando, la situación del mundo complicándose cada vez más, y la izquierda, impávida, seguía desempeñando los papeles que, en el poder o en la oposición, les habían sido asignados. Yo, que mientras tanto había hecho otro descubrimiento, el de que Marx nunca había tenido tanta razón como hoy, supuse, cuando hace un año reventó la burla cancerígena de las hipotecas en los Estados Unidos, que la izquierda, allá donde estuviera, si todavía le quedaba vida, abriría por fin la boca para decir lo que pensaba del asunto. Ya tengo la explicación: la izquierda no piensa, no actúa, no arriesga ni una pizca. Pasó lo que pasó después, hasta lo que está ocurriendo hoy, y la izquierda, cobardemente, sigue no pensando, no actuando, no arriesgando ni una pizca. Por eso no es de extrañar la insolente pregunta del título: “¿Dónde está la izquierda?” No doy albricias, he pagado demasiado caras mis ilusiones.


http://cuaderno.josesaramago.org/indice/


miércoles, 19 de mayo de 2010

lunes, 17 de mayo de 2010

Dicen...

Bueno, y dicen que en la parroquia de P… no pasaba mucho hasta ese día en que sí pasó y lo que pasó costó explicarlo bien pues para explicar es preciso comprender por lo menos un poco y lo que se dice comprender nada en este caso. Sucedió como suceden las cosas de repente. La cuestión es que al fondo de la parroquia, en una zona vedada hasta para los más fervientes feligreses, yacía hacía varios años una estatua de Jesús con una larga hendidura en su costado, un quiebre de la madera que provocó su inmediata retirada de tan sagrado escenario. Suplían su ausencia un Jesús no muy logrado y María madre. Día tras día recluso, sin visitas más que sacerdotes que apenas se dignaban a mirarlo, ocupados en sus variados menesteres. Sucede que yo, decía el seminarista, pasé frente a Él y sentí unas palabras que cayeron como una lluvia de carmesí. Oh milagro de milagros! el Cristo abandonado habló. El hijo del Hombre. Para no enloquecer guardé silencio, pero claro, me engañaba a mí mismo puesto que al otro día nuevamente su voz como un reguero de agua tierna y prístina me recordó su presencia. Ahí estaba, frente a mí hablándome de amor. El discurso ya lo conocen, no hay por qué repetirlo. La cuestión es que el rumor se extendió rápidamente y la procesión de velas, llantos, desmayos y túnicas comenzó. Hoy por hoy, dada la delicada situación de la Iglesia, decía él, yo, de nuestra Iglesia, un milagro como este venía a borrar años de injurias, de titulares blasfemos y de acusaciones contra miembros poco ortodoxos. Entonces la voz de Jesús era el bálsamo para una herida Iglesia replegada en sí misma, introvertida, que ya parecía destinada a lamerse las heridas. Las puertas nuevamente se abrieron y se disculparon las apresuradas voces que clamaban por justicia. Justicia!, y ahora lloraban y se persignaban. Los medios entraron esta vez cautos y avergonzados, pasaron bajo nuestras puertas y todos los miramos triunfales. Pero Jesús habló de la humildad también entonces guardábamos un respetuoso silencio mientras nuestras almas bailaban y gritaban. Dijo el seminarista y no exageraba. Pero lo que pasó después, y pareció ser una broma divina, fue cuando Jesús, ante la más alta curia, musitó lo que había visto en su largo exilio descolgado. Y dijo saberlo todo, y dijo venir a redimir los pecados pero que estos debían salir a la luz porque Dios es luz. Y los miembros de tan alta curia recordaron sus juegos en aquella sala abandonada y alejada de los pasillos más concurridos y recordaron que jamás vieron en la estatua un testigo y pensaron que ya no podían esconderse más porque recordaron que Dios está en todas partes y que mejor prueba de ello que un Jesús descolgado vociferando un par de cosas que había visto. En fin. La escena no podía ser más aterradora. Jesús, el hijo del Hombre, vociferando culpas y pecados. Si el Hijo del Hombre te acusa de algo más vale que te inquietes y que mires bien dónde estás parado. Culpas, culpas. Redimir los pecados era sacarlos a la luz, ventilarlos decían los medios, y ellos al fin serían la prueba viviente del rebaño descarriado. Por primera vez había alguien frente a ellos desde el púlpito, por primera vez…

Llámenlo como quieran, pero cuando el cuerpo del Cristo abandonado apareció en el mar con una venda en la boca y ojos, las cosas volvieron a su calma, a su natural calma.