miércoles, 7 de julio de 2010

Ideas

Acaba de haber un suicidio. Era un hombre alto el que cruzó el pasillo, en camilla por supuesto. Era un hombre alto el que dejaba asomar sus pies desnudos bajo la sábana blanca con la que, en un exceso de gentileza y pulcritud, cubren a los muertos. Nunca había visto uno. Tienen los ojos cerrados y una leve inflexión de dolor en el sector de la boca. O más bien indiferencia. Que más da. Eran pies grandes, lo recuerdo pues yo era un niño. Ahora que tengo 30 años o más, no sé si soy tan alto como aquel vecino mío de infancia que en un día perdido como esos de los que ahora tengo memoria decidió quitarse la vida de encima, deshacerse de ella, devolverla adonde sea que pertenezca. A ningún lado. Ahora que soy alto y vecino de alguien no sé si podré suicidarme o no. No tengo mucho que hacer hoy. Colgué una soga alrededor de una especie de clavo de alguna especie de hierro oxidado e hice un lazo alrededor de mi cuello. La silla tambaleó bajo mi peso y forcejeé contra nadie salvo yo para mantenerme en vida. Nunca antes quise ser más alto que yo ese día, tener un par de centímetros más. La cuerda cedió y antes de caer al piso pensé que últimamente se me estaban acabando las ideas.

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