jueves, 4 de diciembre de 2008

Sueño de una noche de verano

La novedad más grande es que el lenguaje es controlado, ¿eufemismo? todo lo contrario, pautas y reglas establecen un estricto monopolio en cuanto a la locuacidad y redacción. Hay palabras que han desaparecido por completo y solo se guardan en volumenes de un papel ahora destinado a "cosas de oficina". ¿Razones? Varias. Uno: el mundo se hizo espacio tan locuaz que la comunicación no era más un esfuerzo y al cabo de los años el silencio se hizo un bien preciado. Pueblos enteros se movilizaban a las afueras con tal de gozar, no de un silencio generalizado, sino de un silencio de su tierra y así descansaban. Fue irreversible y así el mundo se cruzaba en busca de silencio y se rozaban pero no levantaban la vista. Fue tal la necesidad de ello que esta busqueda se convirtió en la prioridad máxima y así la rutina, gran forjadora de la conciencia, fue relegada al menosprecio. Era un mundo feliz y sin sentido. Pero hubo quienes no soportaron esto. Políticos y filósofos, sociólogos y ecologistas hicieron causa común, por nombrar a algunos. Necesitaban ese sentido, finalidad del ser humano. Y aparecieron los animales, pues nos dijeron que este sentido era lo único que nos diferenciaba de ellos (y nadie quiere parecerse a un animal). Entonces hubo discusión, pues unos pocos (y no eran pocos) decían que este sentido implicaba reconocer en la pobreza y la injusticia los grandes males (habían teólogos por cierto) de la era; pero otros (y su número se me escapa) decían que este sentido debía ser definido, y por pocos, por los mejores (quiza ellos?) ya que el único capaz de haberlo hecho había fallecido (Jesús , Marx?). Pero ocuparon más y más palabras y lenguas, y estas eran secas y humedas, gruesas y simples como roncas y sinceramente ignorantes, porque no decirlo. Lanzaban palabras como escupitajos, imperceptibles en reuniones que ya no se hacían a puertas cerradas sino en abiertas letras impresas en distintos demonios, dioses y colores. Entonces los comenzamos a ver con distancia y algo parecido a la vergüenza ajena, nunca añeja, nos hacía cubrir nuestras partes. Un grupo de espectadores fuimos, viendo al resto cercenar sus lenguas.

1 comentario:

yoyiortega dijo...

buena reflexión, antropológica, sociológica y poética.. me encanto. Por suerte hay gente como ustedes que no han perdido la riqueza del lenguaje.

Un abrazo

Yoyi